
Nos lo han repetido tantas veces que hemos asumido como verdad que hay que comer menos para perder peso
Pero ¿Y si fuera precisamente esto lo que nos está impidiendo perder grasa y mejorar nuestra composición corporal?
Cuando alguien sigue una dieta para intentar bajar de peso y no lo consigue, lo habitual es pensar que está comiendo demasiado, o demasiado de algo. ¿Serán demasiadas almendras, demasiada fruta, demasiados carbohidratos, demasiada carne, demasiadas grasas, demasiada comida, demasiada cena…?
Sin embargo, y aunque parezca paradójico, uno de los motivos por los cuales no se consigue perder grasa puede ser por estar comiendo demasiado poco.
Esto se debe a que el cuerpo se adapta a las circunstancias adversas para poder sobrevivir. Y este instinto de supervivencia escapa a nuestro control.
Es decir, que si nuestro cuerpo siente que está en peligro porque no recibe la cantidad de comida y energía suficiente, hará lo posible para defenderse, adaptarse y solucionar esa situación. Y contra eso no podemos luchar. Además, dada la situación actual de alta disponibilidad y abundancia de comida, llevamos las de perder.
Adaptaciones metabólicas por la falta de energía
Seguro que has oído hablar alguna vez del “metabolismo lento“.
En realidad, este “metabolismo lento” no es más que el resultado de la adaptación de nuestro organismo a la falta de energía.
Es decir, cuando nuestro cuerpo detecta que el flujo de energía que recibe en forma de comida (flujo de entrada) es demasiado bajo, lo que hace es disminuir la energía que gasta (el flujo de salida). De manera que:
- Cuanta menos energía reciba nuestro cuerpo, menos energía gastará en llevar a cabo sus funciones y actividades diarias. Se produce una adaptación del flujo energético.
- Además, pondrá en marcha mecanismos para buscar esa energía que le falta: hambre, ansiedad, antojos, compulsión, falta de control…
- Finalmente se asegurará de conservar y evitar perder sus “reservas de energía”, almacenadas en forma de grasa.
Dicho de otra manera, entra en una situación “de supervivencia”, en “modo ahorro”, “metabolismo lento” o, lo que es más correcto, “flujo energético bajo”.
El problema es que esta situación es la responsable del estancamiento en la pérdida de peso, del efecto rebote, de que las dietas cada vez nos resulten menos eficaces, de que no consigamos perder peso a pesar de vivir a dieta y de que “hasta el agua nos engorde”.
Además, si esta situación se prolongada en el tiempo, supone una situación de estrés crónico para el organismo que da lugar a una elevación del cortisol (hormona del estrés). Este aumento del cortisol:
- Favorece la retención de líquidos.
- Aumenta la pérdida de masa muscular y de masa ósea.
- Y dificulta aún más la pérdida de grasa.
El resultado final es que si tú comes menos, tu cuerpo siempre se las va a ingeniar para hacerte gastar menos de lo que comes, a cualquier precio.
Como ves, todo un círculo vicioso del cual es difícil salir.
¿Cuál es la solución?
Pues aunque resulte anti-intuitivo, para romper este círculo vicioso lo que se necesita es comer más.
No, no te asuste ni te vayas todavía. Piensa que comer cada vez menos y seguir haciendo dietas cada vez más restrictivas solo empeorará el problema.
Por eso, la solución es llevar a cabo un aumento lento y progresivo de la ingesta que nos permita aumentar el flujo energético, sin que produzca efecto rebote ni produzca un aumento de grasa corporal.
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