
Lo primero que nos viene a la cabeza cuando oímos la palabra “dieta” son las dietas de adelgazamiento.
Las dietas milagro, las dietas de moda, las dietas de cajón, la dieta de la vecina, las dietas de las revistas, las dietas mal pautadas, las dietas sin personalización, las dietas excesivamente restrictivas… ¡Todas ellas son las culpables de la mala fama de las dietas!
Este tipo de dietas son las culpables de que esta palabra tenga una alta carga negativa, de la “cultura de dieta” y de que incluso los profesionales de este ámbito de la salud tengamos miedo a utilizarla e nuestra divulgación.
Sin embargo, el término dieta no es sinónimo de dieta de adelgazamiento.
Una dieta puede ser una herramienta muy útil cuando queremos guiar de manera precisa nuestro patrón de alimentación, aumentar la consciencia sobre lo que comemos, aprender a calibrar las cantidades que nuestro cuerpo necesita e incluso para reconectar con nuestras sensaciones corporales y recuperar la intuición que hemos podido perder con el tiempo.
Pero ojo, también es verdad que las dietas no son inocuas. Una dieta innecesaria, mal diseñada, mal pautada o mal utilizada puede tener efectos secundarios para la salud e incluso dejar secuelas que pueden dificultar o impedir la pérdida de peso en el futuro, incluso para siempre.
Por lo tanto, seguir una dieta no es “bueno o malo” sino que va a depender del uso que se haga de esta herramienta como veremos a lo largo de este artículo. Pero empecemos por el principio…
¿Qué es una dieta?
Aunque el uso más popular, extendido (y negativo) de la palabra dieta es el que hace referencia a las dietas de adelgazamiento, en realidad el concepto de dieta podemos utilizarlo en otros contextos que nada tienen que ver con la pérdida de peso.
La dieta como patrón de alimentación
Por un lado, podemos hablar de dieta para referirnos simplemente al patrón de alimentación de una persona; es decir, a las características del conjunto de alimentos que ingiere.
Por ejemplo, si digo que “mi dieta incluye muchas verduras y hortalizas” no significa que esté haciendo una dieta para adelgazar que incluya muchas verduras, sino que mi patrón de alimentación incluye muchas verduras.
La dieta como tratamiento
Por otro lado, podemos usar la palabra dieta para referirnos a unas pautas de alimentación que buscan un objetivo concreto. En este caso, la dieta es un tratamiento, una especie de medicamento que se usa para mejorar algún aspecto de la salud.
Por ejemplo, cuando se diseña una dieta de adelgazamiento como tratamiento de la obesidad, pero también cuando se pauta una dieta sin gluten como tratamiento de la celiaquía, una dieta para personas alérgicas a determinados alimentos, una dieta para el manejo de patologías digestivas, etc.
El problema viene cuando estas dietas se utilizan de manera inadecuada porque, igual que ocurre con los medicamentos, una dieta puede tener efectos secundarios (algunos graves) si se usan cuando no son necesarias o si se emplean de manera incorrecta.
La dieta como guía
Aunque lo ideal sería poder comer de manera intuitiva, guiados por nuestras señales de hambre/saciedad y escuchando las necesidades de nuestro cuerpo… la realidad es que estamos muy desconectados de esta intuición.
Desde pequeños hemos aprendido a ignorar esas sensaciones y necesidades de nuestro cuerpo por diversos motivos. Esto, sumado a la abundancia y disponibilidad de alimentos, a las costumbres y a los hábitos sociales que rodean a la comida, hacen que alimentarnos de manera intuitiva sea prácticamente una utopía.
Por este motivo, otra función interesante de las dietas es servir como guía o mapa de ruta para reorientar nuestro patrón de alimentación, o si queremos conseguir un objetivo concreto de la manera más eficiente (y que no tiene por qué ser necesariamente la pérdida de peso).
Por ejemplo, una dieta puede ser una guía para:
- Aprender a calibrar las cantidades de los alimentos que necesita nuestro cuerpo para cubrir adecuadamente sus requerimientos de energía, proteínas y otros nutrientes esenciales.
- Incorporar mayor variedad de alimentos y distribuirlos de manera adecuada.
- Ayudarnos a organizar y planificar nuestras comidas diarias.
- Seguir un determinado patrón de alimentación de una forma más completa y equilibrada.
- Optimizar nuestro nivel de salud o nuestro rendimiento deportivo.
- Recuperarnos y rehabilitarnos tras haber realizado dietas restrictivas que han dado lugar a un “metabolismo lento” (flujo energético bajo).
- Y, por supuesto, mejorar la composición corporal de una manera más eficiente, sea cual sea nuestro objetivo.
En cada uno de estos casos, el planteamiento y la estructura de la dieta será completamente diferente.
En función de lo que necesitemos cambiar o aprender a gestionar de nuestra alimentación, la dieta puede ir desde unas simples directrices o pautas cualitativas; hasta recomendaciones más precisas sobre cantidades y proporciones de cada grupo de alimentos.
Y, por supuesto, esta guía debería ser personalizada, flexible y dinámica, e ir evolucionando con nosotros según nuestras necesidades y circunstancias.
Pero entonces ¿Esto significa que para comer bien debería seguir siempre una dieta?
¡En absoluto!
En este sentido, me gusta explicar que las dietas son como el plano que nos ayuda a orientarnos cuando llegamos por primera vez a una ciudad nueva, siendo la “nueva ciudad” en este caso nuestra alimentación.
Si viajamos a esta nueva ciudad sin un plano lo más probable es que al principio nos perdamos, demos muchas vueltas, nos metamos en barrios peligrosos, nos perdamos los rincones bonitos, nos cansemos en exceso y ni siquiera disfrutemos del viaje.
Sin embargo, si llevamos un plano de la ciudad y una ruta planificada, llegaremos de manera más rápida y directa a donde queramos ir, sin perdernos, sin dar vueltas, sin cansarnos innecesariamente, disfrutando más del paseo y sin dejarnos nada por descubrir.
Pero eso no significa que siempre vayamos a necesitar un plano para movernos por la ciudad. Cuando ya llevemos allí un tiempo y nos la conozcamos bien, ya no necesitaremos el plano, podremos improvisar las rutas, explorar nuevas zonas e incluso perdernos a propósito si nos apetece, porque siempre sabremos volver.
Pues con la dieta pasaría lo mismo; nos serviría de guía al principio para orientar nuestro patrón de alimentación hasta que lleguemos a conocerlo e integrarlo en nuestra vida, y ya no necesitemos seguir “el plano de la ciudad” para caminar por ella.
¿Qué no es una dieta?
O, mejor dicho, que no debería ser una dieta:
- Una pauta rígida que te imponga qué, cuánto, cuándo o cómo comer
- Unas indicaciones genéricas que no tengan en cuenta tus circunstancias personales, tus gustos o tus necesidades
- Una serie de normas que hay que cumplir y obedecer
- Una lista de prohibiciones
- Un sacrificio o resignación
- Un manera de controlar todo lo que comemos
- Una forma de autocastigo o penitencia
- Una estrategia para compensar los excesos
- Un cambio temporal que se desea acabar
- Un juego, una tontería o algo que tomarse a la ligera
Y no me cansaré de repetirlo: “dieta” no es sinónimo de “dieta de adelgazamiento”.
Entonces ¿Cuándo es malo hacer dieta?
Ya hemos visto que las dietas bien empleadas pueden ser muy útiles; Pero también es cierto que si se usan mal pueden afectar negativamente a nuestra salud física y mental. Sin olvidar que pueden llevarnos a una situación de flujo energético bajo (“metabolismo lento”) que nos dificulte o impida la pérdida de peso.
Por lo tanto, ¿Cuándo una dieta puede ser perjudicial?
- Cuando no es necesaria
- Si no está bien pautada (para el objetivo que se busca)
- Cuando no está bien diseñada:
- Si no es completa y variada
- Si no cubre los requerimientos mínimos de energía y de nutrientes
- O si no tiene en cuenta las necesidades y circunstancias personales
- Cuando no está bien planteada:
- Listas de prohibiciones
- Mentalidad del todo o nada
- Falta de flexibilidad
- En caso de que la persona no esté preparada para llevarla a cabo (física o psicológicamente)
En estos casos, igual que si se tratara de un medicamento mal usado, pueden dar lugar a efectos secundarios y secuelas a corto y largo plazo.
En resumen
Las dietas por sí solas no son ni buenas ni malas.
Son una herramienta o guía para mejorar nuestro patrón de alimentación, o un tipo de tratamiento necesario para algunas enfermedades y problemas de salud.
Pero, igual que un medicamento, una dieta que no se usa correctamente puede tener consecuencias a corto y largo plazo. Es decir, las dietas no son inocuas.
Por este motivo, no deberíamos tomarlas a la ligera sino utilizarlas únicamente cuando sean necesarias y asegurándonos de que están bien diseñadas, bien planteadas y de que estamos preparados/as para ponerlas en práctica en nuestra vida.
gracias a tu blog que podido ver mucha información que no es lo que en la sociedad refleja sobre la dieta , porque hacer dieta no siempre es para adelgazar sino el hecho de comer saludable.
gracias.
Me alegro de que te haya resultado útil.
Un saludo y gracias a ti!
Muy bien explicado, como siempre, Miriam. Muchas gracias!!!
Muchas gracias a ti 🙂